La decisión de hacer la mochila e irme a explorar Sudamérica ocurrió en el momento perfecto. Había acabado mi voluntariado en Buenos Aires a finales de julio. A mediados de septiembre me iba a vivir Bruselas. Y entre tanto me quedaba un mes y medio que comenzaba al tiempo que las vacaciones de invierno. Era una señal clara: AHORA.

Aunque para mi primer viaje mochilero podría haberme centrado solo en Argentina, estar en América Latina era demasiado tentador. No sabía cuándo tendría ocasión de volver a pisar el continente. Además los países andinos me llamaban mucho la atención. ¿Cómo era Bolivia?¿Cómo no visitar Machu Picchu? ¿Y ya de paso cómo no subir hasta Lima? En realidad esos dos países eran un principio los únicos que iba a visitar. Pero después me hablaron de Ecuador. Y después me comentaron sobre la playa de Máncora, al norte de Perú, (¡demasiado cerca de la frontera con Ecuador!¿cómo lo voy a dejar escapar?) . Y claro, si seguimos en ese mood, ¿cómo iba a visitar Ecuador y no ir a Colombia? AMO el café. Y Colombia tiene el mejor del mundo. No se me podía escapar una visita a alguna plantación. Ufff, al final parece que es mucho, ¿no? ¿O sí que es posible?.

Hoja de ruta (medio) definida

Durante las dos semanas anteriores a la fecha de salida, estuve planificando cada detalle del itinerario. Pregunté a todo el mundo qué lugares visitar y qué cosas hacer en cada uno de los países que quería pisar. El objetivo era tener mi hoja de ruta lo más completa posible y si había que ir descartando (que por supuesto hubo que hacerlo) poder hacerlo con más criterio, teniéndolo todo bien estudiado.

Finalmente lo hice. Mi hoja de ruta estaba lista. De Argentina a Colombia en 4 semanas y media. Una locura. Tan solo llevaba cerradas tres cosas: el billete de avión de Buenos Aires a Salta (noroeste de Argentina), desde comenzaría la ruta; la primera noche en el hostel de Salta; y el billete de vuelta desde Bogotá a Buenos Aires, previsto para 4 semanas después. Entre medias, ni alojamiento, ni tours, ni ticket de bus interurbano, ni nada más. Como debe ser. Eso sí, tenía un detalladísimo dossier escrito a mano de las compañías que operaban tours en cada lugar, sus teléfonos, páginas web, qué empresas de autobús eran más fiables en cada país, qué carreteras era mejor no tomar…y un laaaaargo etc. Y por supuesto las ganas de explorar.

CONCLUSIÓN POST VIAJE: Demasiados lugares, demasiados contrastes y muy poco tiempo para conocer.

1) Siempre con prisas y demasiadas noches en autobús

Desde luego mi periplo no tuvo nada que ver con el slow travel que requiere un continente como América del Sur y la propia naturaleza de un viaje con mochila. En ninguno de mis destinos llegué a quedarme más de dos noches. Y casi un tercio de las noches durante esas cuatro semanas me las pasé en autobús. Como las distancias entre los puntos de parada eran tan grandes, perfería cubrir el trayecto por la noche y tener todo el día para visitar el pueblo o ciudad que me tocara. Las cabezadas que podía dar en el autobús las compensaba con unas cuantas horas más de siesta en el hostel. Con eso cubría las horas de sueño que cualquier cuerpo necesita.

Al final, cuando entras en ese ritmo, el cuerpo se acostumbra. Se acostubra a dormir en vertical, a aguantar los baches y los ronquidos, a echar una siesta rápida a las 11 de la mañana y a mantener el tipo aunque sean las 3 de la tarde, acabes de comer, no hayas dormido la noche anterior y todavía tengas otra excursión por delante. En fin, tu cuerpo y tu cerebro se acostumbran a dormir cuando se lo ordenas y no cuando les marque el reloj biológico.

2) Poco tiempo para conectar de verdad

Lo malo no fue tanto el cansancio físico. Fue tener que decir adiós a algunos sitios cuando todavía tenía ganas de seguir visitándolos o de quedarme un día entero relajada en el hostel, sin hacer nada. De buena gana me habría quedado un poco más en Cusco, a pesar de que lo pateé de arriba abajo durante dos días. Un inglés que había en mi misma habitación llevaba allí dos meses y se conocía al dedillo todo el valle que rodea a Cusco con sus tropecientas mil ruinas Incas. ¡Qué envidia me dio! Tampoco me hubiera importado quedarme un día más en Lima. O en Quito para visitar el mercado de Otávalo. Y por supuesto me faltó mucho tiempo para recorrer el eje cafetero de Colmbia en condiciones.

Cuando comentaba mi ruta con otros viajeros se quedaban boquiabiertos. Algunos llevaban una hoja de ruta parecida, con los mismos países que yo entre sus planes, pero todos tenían mínimo dos meses reservados para el viaje. Muchos me aconsejaron cancelar la ruta por Ecuador y Colombia y quedarme solo con Bolivia y Perú. Razón no les faltaba. Era mucho más asumible para cuatro semanas. Pero ya no podía perder el tiquete de avión de Bogotá. Además quería comprar café colombiano. Y saborear un Juan Valdés. Así que, con toda mi ansia, taché unos cuantas paradas más de la lista y al final cumplí el propósito de llegar a Bogotá.

3) Preparar la mochila para el invierno, la primavera y el verano

Entre los aprendizajes más útiles de viajar con mochila yo destacaría la filosofía minimalista. Aprendes que se puede vivir sin necesidad de llevarte la casa entera a cuestas como un cangrejo hermitaño. Yo viajaba con una mochila de 40 litros, bastante pequeña pero suficiente para esas 4 semanas. Dentro llevaba tres pantalones, un jersey, dos camisetas, ropa interior para una semana, un neceser con los prodcutos de higiene básicos y la cámara de fotos. Y yo creo que hasta habría podido pasar otro mes cómodamente sin tener que añadir nada.

Por supuesto, esto también conlleva ciertos incovenientes. Una de las cosas más engorrosas pero necesarias es tener que rehacer la mochila cada noche, de manera que todo vuelva a encajar armoniosamente en su interior. Además, hay que lavar cada poco tiempo. Sobre todo porque después de pasarte el día caminando y sudando la gota gorda, la ropa se ensucia más rápido.

Pero la peor parte de este equipaje minimalista fue el clima. En Argentina, Bolivia y Perú era pleno invierno, pero en Ecuador y Colombia la ropa me ahogaba. Podría decirse que en cuatro semanas experimenté las cuatro estaciones. Y sin hacer «cambio de armario», pues la ropa obviamente fue la misma durante todo el viaje.

4) No conocer suficiente a otros viajeros

Pese a lo escéptica que era al principio enseguida me dí cuenta de que da igual si viajas solo y a tu bola, al final siempre estás en compañía. Especialmente si te mueves en sitios que son muy turísticos o que forman parte de las principales rutas mochileras. En mi caso, el itinerario que seguí por Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia estaba repleto de mochileros que también viajaban sin compañía. Así que estar sola, no solo fue difícil, fue casi imposible.

Para esto los hostels son una gran ayuda. Aparte de que es más barato que por ejemplo un Airbnb, siempre tienes a otros viajeros con los que poder reunirte a cocinar, a charlar en la habitación o salir a hacer un free-tour. Con suerte hasta podrás encontrar compañeros de ruta. La pena fue la fugacidad del tiempo compartido con esas personas, que no dejaron de ser amigos de un día. Una forma de viajar que me encantó fue la ofrecida por Perú HOP y Bolivia HOP (Que conste que esto no es un link afiliado, es simplemente mi opinión). Se trata de un bus turístico que conecta varias ciudades y los viajeros pueden elegir en qué punto subir o bajar. Aunque tiene un par de peros, el concepto me pareció muy acertado y es ideal para conocer gente. Pero sobre esto ya hablaré en otro artículo.

La idea es que, aunque siempre vas a acabar viendo a gente que viene y gente que va, creo que pasar más tiempo en un mismo hostel hubiese ayudado a conocer mejor a esos partidarios del slow travel, que se toman el tiempo necesario para interactuar con el entorno que les rodea. De todas formas, si todavía no hiciste tu primer solo travel, que no te asuste la idea. Siempre conocerás viajeros con intereses afines a los tuyos con los que intercambiar consejos e irte de excursión


Algunas de las paradas que incluí en mi itinerario y otras que me perdí:

gráfico

*(Aquí no está mi recorrido completo, solo aquellas áreas donde tuve que elegir qué visitar y que no visitar)

Conclusión de mi primer viaje mochilero

La conclusión de todo esto es que me empeñé en abarcar el máximo territorio posible y en consecuencia viajé con poco tiempo para visitar y conocer bien cada sitio y sus gentes. Los cambios fueron demasiados en muy poco tiempo: cambio de hora, de moneda, de clima, de comida, de carácter y costumbres de la gente, etc .

Aunque lo peor no fue problema de adaptación a estos cambios. Después de todo, viajar es adaptarse continuamente al entorno. Fue más bien la sensación de tener que decirle adiós a un lugar cuando no has acabado de conectar con él. Como ese viajero que te toca al lado en el tren o el autobús. Empiezas a entablar conversación y llegados a destino, le dices adiós, te marchas agradeciendo haber pasado ese tiempo en su compañía pero te quedas con las ganas de haberlo conocido mejor. Esa fue mi sensación cada vez que tomaba el bus hacia la próxima parada.

Salar de uyuni
Puesta de sol en el Salar de Uyuni (Bolivia).

Notas para futuros viajes

Cómo bien digo en el título, no volvería a recorrer cuatro países en cuatro semanas. Al menos si los países son tan grandes como los cuatro en los que yo me moví. Si volviera a emprender un viaje ahora mismo, me centraría en una sola zona. Los viajes por varios países están bien si dispones de tiempo suficiente. Pero intentar abarcar demasiado significa quedarte con una impresión general y renunciar a conocer de verdad el lugar. Como recomendaciones:

  • Calcular bien cuánto tiempo hace falta para visitar cada sitio con detenimiento.
  • Permanecer en el mismo hostel al menos una semana. Te da tiempo a conocer mejor a otros viajeros y sentir que estás más integrado en el lugar y no solo «de paso».
  • Tener un colchón extra de dinero para imprevistos. Aquí entran problemas con las líneas de autobús, indeminaciones que nunca llegas a cobrar, cualquier urgencia médica, etc.
  • Ser flexible y no perder la curiosidad. Esto, más que una recomendación, es un recordatorio, pero muy necesario. Sin flexibilidad y curiosidad se pierde la esencia de viajar.

No quiero decir que no esté contenta con mi viaje. Mi experiencia fue perfecta tal como sucedió. No quitaría ningún país, ni ningún contratiempo, ni la intoxicación alimentaria de Perú, ni la noche con mal de altura en La Paz, ni la contractura en el hombro una vez terminado el viaje. Para mí fue un reto superado: viajé sola y con una mochila por un continente a kilómetros del mío, tan diferente, tan cálido y hogareño, y tan acelerado. Traje muchos recuerdos. Y muchos aprendizajes. Al fin y al cabo no hay buenos y malos viajes. Hay experiencias. Y tú decides cómo aprender de ellas.

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